Actualizado el 26 de noviembre de 2024 por Carlos José Belmonte López
La relación entre la hipertensión y la alimentación es un tema que preocupa a muchas personas, especialmente en un mundo donde el sodio y la sal suelen estar en el centro de la conversación. Sin embargo, cada vez más investigaciones sugieren que el potasio puede desempeñar un papel crucial en la regulación de la presión arterial. Pero, ¿qué evidencias científicas respaldan esta afirmación? Exploramos a continuación cómo este mineral puede influir en nuestra salud cardiovascular.
Evidencias científicas
Múltiples estudios han analizado la relación entre la ingesta de potasio y la presión arterial, revelando resultados interesantes. Investigaciones publicadas en revistas científicas de alto impacto han demostrado que una mayor ingesta de potasio se asocia con una reducción significativa de la presión arterial, especialmente en personas que ya presentan hipertensión o que consumen altos niveles de sodio en su dieta.
Concretamente, algunos de estos estudios sugieren que aquellos individuos que incrementaron su ingesta de potasio en comparación con el consumo habitual pudieron reducir su presión arterial sistólica entre 2 y 4 milímetros de mercurio (mmHg), mientras que la diastólica disminuyó de 1 a 3 mmHg. Aunque estos valores pueden parecer modestos, son lo suficientemente significativos como para contribuir a una menor probabilidad de sufrir eventos cardiovasculares en la población general.
¿Por qué reduce el potasio la tensión?
El potasio es un mineral esencial que actúa como uno de los electrolitos más importantes de nuestro organismo, capaces de conducir energía y facilitar diversas funciones. Uno de sus papeles más relevantes es promover la eliminación del exceso de líquido a través de los riñones. Al hacer esto, ayuda a disminuir el volumen sanguíneo y, por lo tanto, la presión arterial.
Además, el potasio también mejora la flexibilidad de los vasos sanguíneos, facilitando un flujo sanguíneo más eficiente y reduciendo la resistencia en el sistema circulatorio. Este conjunto de acciones convierte al potasio en un aliado potencial para combatir la hipertensión, y por eso se investiga su potencial tanto en prevención como en tratamiento.
Cómo llevar el potasio a nuestro plato
La Organización Mundial de la Salud (OMS) sugiere que los adultos deben consumir al menos 3,510 mg de potasio al día. Para las personas con hipertensión, este número podría ser aún mayor, siempre que no existan contraindicaciones médicas, como problemas renales.
Para alcanzar estas recomendaciones, no es necesario recurrir a suplementos; una alimentación variada y rica en ciertos alimentos puede proporcionarnos el potasio que necesitamos. Incluir en nuestra dieta frutas, verduras, legumbres y frutos secos, que son las fuentes más ricas de este mineral, es una manera efectiva de lograrlo.
- Batata: 542 mg
- Plátano: 370 mg
- Espinaca cruda: 558 mg
- Aguacate: 485 mg
- Kiwi: 290 mg
- Zanahoria: 286 mg
- Melón: 310 mg
El punto de equilibrio
Una pregunta común es si es más efectivo aumentar la ingesta de potasio o reducir el consumo de sodio para controlar la presión arterial. La respuesta más adecuada parece ser un enfoque equilibrado: reducir el sodio y aumentar el potasio, aprovechando los beneficios de ambas estrategias.
Como se indicó anteriormente, numerosos ensayos clínicos apoyan la relación entre un mayor consumo de potasio y una menor presión arterial, siendo este efecto más notable en personas que tienen una dieta rica en sodio. Un estudio reciente en la revista Hypertension destaca que muchas estrategias para controlar la hipertensión se han centrado en disminuir el sodio, pero este método no siempre produce los resultados esperados. Aumentar la ingesta de potasio podría ser una excelente alternativa.
Como conclusión, mantener una dieta rica en potasio no solo puede ayudar a reducir la presión arterial, sino que también favorece la salud del corazón. No obstante, es importante señalar que esta no es una solución única y definitiva. Los efectos positivos del potasio son más efectivos cuando se combinan con cambios en el estilo de vida, como una alimentación equilibrada, la reducción del sodio, la práctica regular de ejercicio y la gestión del estrés.
Paula Crespo Escobar, Profesora de Nutrición y Dietética, Universidad Europea Miguel de Cervantes
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.