Actualizado el 15 de febrero de 2025 por Carlos José Belmonte López
Imagínate esto. Dos personas desayunan un bol de avena con frutos secos y miel. A una le sienta genial, le da energía y la mantiene saciada toda la mañana. La otra, en cambio, siente hinchazón y a las dos horas tiene hambre otra vez.
¿Por qué pasa esto si están comiendo lo mismo? La respuesta está en su ADN. Y aquí es donde entra en juego la nutrigenómica, una rama de la ciencia que estudia cómo los alimentos afectan la expresión de nuestros genes.
No existe una dieta universal
Dentro del mundo de la nutrición existen «reglas universales» como «comer más verduras», «evitar el azúcar» o «beber más agua». Sin embargo, cada persona responde de manera diferente a la misma dieta.
Esto tiene un significado claro: no existe una dieta universal perfecta. Lo que funciona para una persona puede no ser lo mejor para otra, ya que cada cuerpo tiene una «receta genética» única.
Ejemplos de variaciones en la alimentación
Por ejemplo:
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Café y cafeína: Hay personas que toman un café a las 8 de la noche y duermen como bebés, mientras que otros beben un espresso por la mañana y se sienten ansiosos todo el día. Esto depende de un gen que determina si metabolizas la cafeína rápido o lento.
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Lácteos: No todos toleramos la lactosa igual. Los europeos del norte suelen digerirla sin problema, mientras que muchas personas asiáticas y africanas presentan intolerancia. Esto está relacionado con el gen que regula la producción de la enzima lactasa.
La epigenética en acción
Aquí viene lo más interesante: lo que comes no solo afecta tu peso o tu energía, sino que también puede activar o desactivar genes específicos.
Esto es la epigenética. Imagina que tu ADN es como un libro de recetas; los genes son las instrucciones para preparar distintos platos (funciones del cuerpo). Pero no todas las recetas se utilizan todo el tiempo. Algunas están «activadas» y otras «desactivadas». Tu alimentación y estilo de vida pueden influir en qué recetas se activan y cuáles se mantienen en pausa.
Consecuencias de la alimentación en los genes
Algunos ejemplos:
- Inflamación y azúcar: Una ingesta elevada de azúcares y ultraprocesados puede activar genes que fomentan la inflamación crónica, incrementando así el riesgo de enfermedades como la diabetes y problemas cardiovasculares.
- Omega-3 y salud cerebral: Los alimentos como el salmón o las nueces, ricos en omega-3, pueden ayudar a «apagar» genes relacionados con la inflamación y activar aquellos que favorecen la salud cerebral.
- Brócoli y cáncer: El brócoli y otras verduras crucíferas contienen sulforafano, un compuesto que puede ayudar a «encender» genes que activan mecanismos de desintoxicación y protección contra el cáncer.
Aplicaciones de la nutrigenómica
¡Claro que sí! Existen ejemplos concretos donde la nutrigenómica ya se aplica:
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Dieta y colesterol: Algunas personas que llevan una alimentación saludable aún presentan colesterol alto, lo cual puede ser causado por variantes en un gen que afectan cómo metabolizan las grasas. En estos casos, una dieta baja en grasas saturadas podría ser más efectiva que una reducción en carbohidratos.
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Metabolismo y peso: Algunas personas tienen un metabolismo más lento debido a su genética, lo que implica que deben ajustar su dieta y ejercicio para evitar el aumento de peso.
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Respuesta a los carbohidratos: La forma en que los carbohidratos afectan a cada persona varía. Algunas pueden tener variantes en el gen relacionado con la producción de amilasa, lo que influye en cómo procesan los carbohidratos. Quienes tienen más copias de este gen procesan mejor los carbohidratos, mientras que aquellos con menos copias pueden ser más propensos a aumentar de peso con una dieta alta en carbohidratos.
El futuro de la alimentación personalizada
Imagínate que en unos años puedas recibir un plan de alimentación hecho a la medida de tu ADN. Que una aplicación te notifique qué alimentos te sientan mejor y cuáles deberías evitar. La posibilidad de prevenir enfermedades simplemente cuidando lo que tu cuerpo realmente necesita se vislumbra como una opción intrigante.
Por ahora, lo más sensato es escuchar a tu cuerpo, entender cómo respondes a los alimentos y optar por una dieta variada y equilibrada. La ciencia seguirá avanzando, pero ya sabemos que la clave no está en seguir una dieta de moda, sino en encontrar lo que realmente funciona para ti.
Aunque existen pruebas de ADN que analizan predisposiciones genéticas, la ciencia aún está en desarrollo. No basta con saber qué genes tienes, sino conocer cómo interactúan con tu entorno.
La mejor dieta es la que respeta tu genética, tu microbiota y tu estilo de vida. Comer bien no es solo una cuestión de voluntad, sino también de biología.
La genética no es destino, sino una predisposición. Por eso, apostemos por un enfoque más personalizado en nuestra alimentación, que tenga en cuenta las particularidades de cada uno.